Ese maravilloso corazón
El corazón Tiene un solo trabajo que hacer, y lo hace extraordinariamente bien: latir. Con una frecuencia de algo más de una vez por segundo —unas 100.000 veces al día, y hasta 3.500 millones en toda una vida—, late rítmicamente para empujar la sangre a través del cuerpo. Y no son precisamente suaves empujoncitos, sino sacudidas lo suficientemente potentes como para proyectar un chorro de sangre a tres metros cuando se secciona la aorta.
Cada hora, nuestro corazón dispensa alrededor de 260 litros de sangre. Eso son 6.240 litros en un día; es decir, que en un solo día circula por nuestro cuerpo más sangre que la gasolina que probablemente pondremos en nuestro coche en todo un año.
Pesa menos de medio kilo y está dividido en cuatro sencillas cámaras: dos aurículas y dos ventrículos. La sangre entra por las aurículas (también denominadas atrios, es decir, «zonas de acceso») y sale por los ventrículos (etimológicamente, «cámaras»). En realidad, el corazón no es una bomba, sino dos:
- una envía sangre a los pulmones
- mientras que la otra lo hace al resto del cuerpo.
Mantener todas las partes del cuerpo provistas de cantidades suficientes de sangre en todo momento es un asunto complicado. Cada vez que nos ponemos de pie, alrededor de 0,7 litros de sangre intentan drenarse hacia abajo, y nuestro cuerpo tiene que superar de alguna manera el tirón de la gravedad.
Hay muchas formas en que el corazón puede fallar. Puede saltarse un latido o, más habitualmente, añadir un latido adicional por el fallo de un impulso eléctrico. Algunas personas pueden tener hasta 10.000 de tales palpitaciones al día sin ser conscientes de ello. En otras, en cambio, tener un corazón arrítmico se convierte en un interminable y molesto calvario. Cuando el ritmo cardiaco es demasiado lento, la dolencia se conoce como bradicardia; cuando es demasiado rápido, hablamos de taquicardia.
Los principales problemas que puede tener el corazón
- Infarto de miocardio cuando la sangre oxigenada no puede llegar al músculo cardiaco debido a una obstrucción en una arteria coronaria. Los infartos de miocardio suelen ser repentinos. Cuando el músculo cardiaco se ve privado de oxígeno debido a una obstrucción, empieza a necrosarse (a morir), un proceso que generalmente tarda unos 60 minutos. El músculo cardiaco que se pierde de ese modo es irrecuperable.
- Paro cardiaco cuando el corazón deja de bombear por completo, generalmente debido a un fallo de señalización eléctrica.
La mayoría de las personas que mueren súbitamente probablemente sienten dolor isquémico del modo característico. El comienzo del dolor cardíaco isquémico es repentino y agudo. Los que lo han sufrido lo describen casi siempre como un dolor constrictivo. Algunas veces se manifiesta como una presión aplastante, como un peso intolerable que oprime con fuerza la parte frontal del tórax, irradiándose hacia abajo por el brazo izquierdo y hacia arriba por el cuello y la mandíbula. La sensación es aterradora aun para aquellos que la han experimentado a menudo, porque cada vez que vuelve a ocurrir va acompañada de la conciencia (¡y qué conciencia tan real!) de la posibilidad de una muerte inminente.
Pero actualmente la manera normal de sucumbir a la enfermedad cardíaca isquémica suele ser mediante el declive del músculo cardiaco, que suele ser gradual, con muchos avisos y muchos tratamientos con éxito antes de la fallo final. La destrucción del músculo cardíaco se produce poco a poco, durante un período de meses, o años, hasta que la bomba, asediada y debilitada, simplemente falla.
¿Pero cómo falla el corazón?
La alimentación que permite al músculo cardíaco, o miocardio, realizar su arduo trabajo la proporciona un grupo de vasos distintos, que se llaman coronarias porque se originan en arterias que rodean el corazón como una corona. Las ramificaciones de la coronaria principal descienden hacia la punta del corazón, dividiéndose en ramitas que llevan sangre roja y brillante, rica en oxígeno, al rítmico miocardio. Con buena salud, estas arterias coronarias son las amigas del corazón; si están enfermas, le traicionan cuando más las necesita. Y la principal causa es la arterioesclerosis.
La sustancia responsable de la obstrucción toma la forma de depósitos de un blanco amarillento, llamados placas, que se adhieren a la pared interna de la arteria y sobresalen hacia su canal central. Las placas están constituidas por células y tejido conectivo, con un núcleo central compuesto de detritos y una variedad común de material graso o lípidos (del griego lipos: «grasa» o «aceite»). Dado que la mayor parte de esta placa está compuesta de lípidos, se la llama ateroma Al ser el proceso de formación del ateroma la causa más común de la arteriosclerosis, se le denomina aterosclerosis o endurecimiento del ateroma.
A medida que el ateroma avanza, empieza a agrandarse y tiende a unirse con las placas vecinas, al tiempo que absorbe calcio del flujo sanguíneo. El resultado es la acumulación gradual de una extensa masa de ateroma endurecido que reviste la pared del vaso durante un trayecto considerable, haciéndolo cada vez más arenoso, rígido y estrecho. A veces se compara una arteria aterosclerótica con una vieja tubería muy usada y mal conservada, cuyo interior está recubierto de gruesos depósitos de óxido y sedimentos. Cada cigarro, cada paquete de mantequilla, cada trozo de carne y cada aumento de la hipertensión hacen que las coronarias endurezcan su resistencia al flujo sanguíneo.
Un infarto afecta a la parte de pared del músculo cardíaco que depende de la coronaria ocluida en ese caso, superficie que la mayoría de las veces ocupa de cinco a ocho centímetros cuadrados. La culpable real es, casi la mitad de las veces, la descendente anterior de la coronaria izquierda, un vaso que desciende por la superficie anterior del corazón izquierdo hasta la punta, estrechándose a medida que va ramificándose en subdivisiones que penetran en el miocardio. La frecuencia con que está implicada esta arteria significa que aproximadamente la mitad de los infartos afectan a la pared anterior del ventrículo izquierdo. Su pared posterior es alimentada por la coronaria derecha, responsable del 30 al 40 por ciento de las oclusiones; la pared lateral depende de la circunfleja izquierda, responsable del 15 al 20 por ciento.
Cuando una coronaria completa de repente el proceso de oclusión, se produce un período de privación aguda de oxígeno. Si la falta de oxígeno es de tal duración y gravedad que las células musculares cardíacas, privadas bruscamente de sangre, no se pueden recuperar, al dolor de la angina le sucede el infarto: el tejido muscular afectado pasa de la extrema palidez de la isquemia a la muerte segura. Si el área muerta es pequeña, y no ha matado al paciente causándole fibrilación ventricular o alguna anomalía del ritmo igualmente grave, el músculo afectado, ahora blando e hinchado, será capaz de mantenerse débilmente mientras le sustituye, por el proceso gradual de curación, un tejido cicatricial. Este tipo de tejido es incapaz de participar en el esfuerzo de bombeo del resto del miocardio. Cada vez que una persona se recupera de un ataque cardíaco, de la gravedad que sea, ha perdido algo más de músculo y se incrementa el área cicatricial, con lo que la potencia de su ventrículo va disminuyendo poco a poco.

Las diferentes combinaciones de circunstancias favorecedoras y de daño tisular determinan el tipo y grado de peligro en el que cada corazón se halla en un momento determinado de su declive. En ese momento puede predominar uno u otro factor:
- unas veces será la susceptibilidad al espasmo o a la trombosis de las arterias coronarias parcialmente ocluidas
- otras será el músculo cardíaco enfermo, cuyo dañado sistema de comunicación esté tan confuso y sobreexcitable que fibrile al mínimo estímulo
- otras será el mismo sistema de comunicación, que se hace renuente y perezoso para transmitir las señales, de modo que vacila, funciona cada vez con más lentitud o incluso permite al corazón pararse del todo
- otras veces será un ventrículo demasiado lleno de cicatrices y debilitado como para propulsar una parte suficiente de la sangre que le ha llegado de la aurícula.
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